domingo, marzo 19, 2006

Paciencia

miércoles, marzo 15, 2006

Tiempo y distancia

'Ojalá el mundo existiera sólo en esta habitación', se decían mientras el tiempo pasaba. Y ellos, que aún pensaban en botones de pause, en paréntesis para el olvido, en miradas y en miradas, se dieron cuenta por un momento que mañana iba a ser mañana, que el sol molesta en las despedidas, que la vida sabe a distancia".
Escandar Algeet


Lo leí en Pájaros Mojados. Y me perdí un buen rato por allí. Y lo disfruté. Que no es poca cosa.

martes, marzo 14, 2006

Diagonales

Tilos y eucaliptos golpean el techo del micro. La ciudad de las diagonales me recibe con un amanecer cálido.

Siempre me resulta extraño y a la vez familiar estar allí.
Pero esta última vez, en esas tardes de febrero confirmo, al menos, dos cosas.
La primera, que soy en gran parte de allí, quizás porque la ciudad me vio nacer, quizás porque la siento cargada de futuro.
La segunda, que me encanta caminar sola.

Esto ya lo había descubierto hace tiempo, de adolescente. Entonces era andar de noche por calles desiertas, con la brisa golpeando en mi cara. Si eran noches de verano, mucho mejor.
Ahora prefiero las tardes. El sol, las veredas derruídas, y las intensas arboledas de La Plata me sustraen de la realidad durante horas. En realidad no estoy buscando nada. Me detengo en lugares y momentos que algo significaron alguna vez. Pero, sobre todo, estoy construyendo. Porque caminar por una ciudad deliciosa como ésta en una tarde de febrero, invita a imaginar.

Por ahora, y mientras puedo, evito las diagonales. A menos que el recorrido sea con indicaciones precisas. Me dicen que cuando uno vive allí, éstas se tornan tan necesarias como el aire, y se circula por ellas casi sin notarlo, llegando a destino en menos tiempo, y con menos cansancio. Sin embargo hay otros pobladores que aun desconfían de ellas, y aseguran que el crecimiento de la ciudad trastocó los puntos de referencia tanto, que a veces inducen a perderse.
A Pedro Benoit seguramente no le importó cuando imaginó el trazado perfectamente geométrico de la ciudad, que habría quienes la recorrerían con total desapego a las arterias oblicuas, que ayudan a achicar las distancias.

Pero alguna especial magia hay en las diagonales. Hay miradas en diagonal que, aunque no derritan el hielo, atraviesan cristales. Líneas diagonales cruzan a veces imaginarios cuartos poblados de libros, música y voces de niños. A uno y otro lado de la recta, los ojos tristes de hoy se trocan en sonrisas, y la distancia desaparece.
Sin dudas vale la pena atreverse, aunque cueste vencer las dudas y los temores, a transitar diagonales.

lunes, marzo 13, 2006

Sabina, y no más

este adiós no maquilla un hasta luego
este nunca no esconde un ojalá
estas cenizas no juegan con fuego
este ciego no mira para atrás
este notario firma lo que escribe
esta letra no la protestaré
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas son las de después

jueves, marzo 09, 2006

Sueños


Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia.
Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta.


El afiche estaba pegado en mi habitación, en la casa donde viví de niña y después adolescente. Resulta increíble que él, mi hermano menor, recuerde esas paredes mejor que yo.
Una canción de Sui Generis –dijo- y el cartel de Sueño de una Noche de Verano”.
Sí, las paredes estaban escritas de piso a techo, y de rincón a rincón. Esa pieza era el refugio de los sueños.
Quien sabe cuantas noches de verano me habré desvelado pensando en el futuro.
La cama con la cabecera rosada, y el acolchado con agujeritos. La mesa de luz que habían mandado a hacer para mí, el ropero pequeño de puertas blancas (y fotos de gatos pegadas del lado de adentro de las puertas, porque esos animales me gustaron siempre). Más allá, un canasto con tesoros. Al otro lado, un escritorio blanco plegable, y sobre él, en la pared, un fragmento del poema de Nazim Hikmet. El afiche con las firmas de mis compañeros de escuela secundaria. La alfombra color arena, gastada en noches de charla hasta el amanecer con Julieta (¿dónde estás, Juli?)
La ventana con las rejas que hizo mi abuelo, la enredadera. El cielo afuera. El porvenir, todo para mí.
Lloré cuando mi madre vendió la casa. La casa de mis mejores años. Fue entonces cuando me despedí de esas pequeñas cosas.
Cuando uno es tan joven no reconoce esas primeras encrucijadas de la vida. Avanza, emprende un camino u otro, y recién entonces mira para atrás. ¿Para qué pensar tanto?
¿Sabe uno acaso que vendrán otras noches de verano, mucho tiempo después, en las que revisará lo vivido?
No, uno no sabe. Avanza a ciegas. Y desconoce también que el rincón de los sueños, despojado de su refugio físico, sigue latente en algún recodo escondido del corazón.
Antes de mí, de quien soy hoy, de quien seré mañana. Aun antes de que naciera, el espacio de los sueños estaba allí. Y allí está hoy.
O quizás, aquí está hoy.