miércoles, enero 31, 2007

Elogio del dulce de leche


Uno de los antídotos contra al mal humor, la tristeza o el cansancio que funciona muy bien en mi es el dulce de leche (lo de antídoto viene de una lista que escribí hace un tiempo y que en algún momento pondré aquí, pero esa es otra historia).

Las ganas de hablar del dulce de mis amores vienen de un pequeño intercambio vía comentarios, en el que hablábamos con debolsillo de las diferentes consistencias del dulce de leche (cajeta en México, manjar en Chile, arequipe en Colombia y Venezuela…).
Lo disfruté a lo largo de mi vida y lo sigo haciendo: es culpable de que me acuse a mi misma de golosa incurable, y de que se me vayan los ojos frente a la vitrina de una de esas buenas panaderías (algo que intento evitar en presencia de otras personas, pero no siempre consigo).

Es cierto que parece uno de esos casos en los que se consume algo por pura ansiedad, pero no. El dulce de leche cambia mi estado de ánimo, me tranquiliza, me alivia.
He aprendido a seleccionar según color, espesor y sabor: ninguno es igual al otro. Hay marcas inolvidables, como La Martona, Chimbote o San Ignacio, que con el tiempo o desaparecieron o se volvieron casi incomprables.
De las que se vendieron durante años en los almacenes, mi preferido era el Gándara, que tenía el equilibrio perfecto entre blandito y consistente, un brillo distinto a los demás, y un saborcito…y que creo que ya no se fabrica.
Por otro lado, aunque admite mil combinaciones (y sigo probando) hay clásicos que jamás dejarán de parecerme manjares de los dioses: la torta milhojas es uno de ellos, los alfajorcitos de maizena (hechos en casa, claro) otro. Los cañoncitos también me enloquecían, pero ahora me quedó lejos la panadería Oddone, que hacía los mejores del mundo mundial.

El dulce de leche es también responsable de algunos recuerdos imborrables: cierro los ojos y me veo tomando té con leche con mi viejo en el bar Oriente, pegado a la estación de Quilmes, donde te servían junto a las tres medialunas de rigor un platito de plástico desgastado (rosa, celeste o amarillo) con un “copito” de dulce de leche. Nunca jamás vi que lo hicieran en ningún otro lugar.
O me transporto a la casa de mi abuela en La Plata, en la mesa naranja de la cocina, atacando una bolsa de un cuarto de maizenitas (unas galletitas arqueadas que aun existen, otro complemento formidable) armando “sanguchitos” hasta hartarme.
Paro acá. No, no soy una viciosa. No, no y no. Adicta, tampoco. Jamás de los jamases.

A todo esto, y mientras buscaba la imagen que ilustra esta entrada, aprendí en la Wiki que la receta de dulce de leche lleva bicarbonato de sodio para que se produzca la reacción de Maillard, que es la que lo pone marroncito.
Miren si será interesante lo que descubrió don Maillard: el mismo proceso químico es el responsable del sabor del asadito y del doradito de las tostadas, que por cierto también admiten de buena gana ser untadas con abundante dulce de leche…pero ¡por favor! sin mezclar con manteca.

miércoles, enero 24, 2007

De los libros buscados, la miel y las ganas de leer


Leo en Historia de la Materia:


Me parece claro: la miel pone muy mala onda para despegarse del tarro y posarse sobre el pan con manteca. Hasta el último chorrito protesta, aprovechando nuestra torpeza matinal…Y cuando por fin logramos separarla de su frasco, chorrea en la mesa o en la taza. ¡Qué diferencia con el café o el té, que no lo dudan un segundo: adentro o afuera de la taza o la cuchara, nos separamos sin adioses interminables! ¿Cómo se pueden explicar semejantes diferencias ¿Por qué la miel chorrea tan lánguidamente? En realidad, todos los líquidos son complicados: hace muy poco que se han empezado a investigar estos problemas, y apenas se esbozan algunas respuestas…

Cuando por fín logro esparcir la miel sobre la tostada, la mojo en el café, volviéndola deliciosa y peligrosamente blanda. Es cierto, pierdo lo crocante de la tostada, que es muy difícil de analizar y controlar. Pero, por oscuras razones, mojarla parece aumentar su gusto. De a poco, el café avanza en la tostada, aumentando el riesgo de volverla demasiado blanda, con las consecuencias catastróficas que conocemos. Ya será muy tarde, entonces, para preguntarse por qué al café le gusta invadir la intimidad de la tostada.

Y justamente, aprovechando que estamos medio distraídos, una gotita de café logra escapar y cae sobre la mesa: saca sus patitas para tratar de amortiguar el golpe, pero no hay nada que hacer: ya está separada de sus amigas, solita en la mesa. Desconsolada, se evapora de a poco, dejando como leve protesta una pequeña mancha negra. Con mucha elegancia, ésta no cubre toda su extensión, sino que apenas la recuerda, rodeándola. Y uno se pregunta por qué los granitos de café se concentran en el borde cuando estaban al principio bien repartidos en toda la gota…


Anduve varios días de kiosco en kiosco buscando el librito. Y no era para mí. Pero las primeras páginas me atraparon. No pensaba leerlo, y aquí está, en mi mesa de luz, esperando que el destinatario original no se lo lleve pronto, y culpable de que otra vez me vaya a la cama esperando que el sueño no gane la pelea contra las ganas de leer un poco, como hacía tiempo no me pasaba.
Ahí estaba el “Ensayo sobre la lucidez” de Saramago, haciendo el intento. Seguirá allí, supongo, y logrará su cometido también.
Pero Historia de la materia de Pablo Jensen, un librito de divulgación científica del que en otros tiempos (ya muy lejanos) hubiera pasado de largo sin pensar, será sin dudas el primero que terminaré en 2007, ojalá el primero de la lista de los futuros libros consumidos no por descansar la mente, no por “agarrá un libro y distraete”, sino simple y llanamente por esas maravillosas y siempre bienvenidas ganas de leer.

miércoles, enero 17, 2007

Los Reyes son los padres


Vamos a hablar, hijos míos,

ya sabéis que los Reyes son los padres.

Que mataron a los indios por ser buenos

los vaqueros, machistas y cobardes.

Queremos que sepáis que el amor,
como todo lo hermoso, no es pecado.
Que Popeye se alimenta de espinacas
pero también de carne y de pescado.

Que es agente de la CIA el Ratón Mickey
y más que nada, Tarzán, es un racista.
Supermán es asexuado y gilipollas
y todos ellos son anticomunistas.

Que los niños no vienen de París
-y mucho menos de adentro de un repollo-
que los tigres de papel son cuentos chinos:
jamás el Coco se ha comido un rosco.

También el negro es un color hermoso
y no todo lo blanco es trigo limpio.
Quienes manejan las tonalidades
son miserables que se han hecho muy ricos.

Que el Oro de Moscú y el cuarto oscuro,
la cigüeña, la bruja y los angelitos,
son mentiras terroristas de los grandes
para tener engañados a los chicos.

Que ser virgen tampoco es una hazaña:
no hay diferencia entre falda y pantalones.
Para tirar adelante en esta vida
da lo mismo ovarios que cojones.

Acabamos, por hoy, con este rollo.
Hacéis bien si estáis tomando nota,
pero cuidado, que hay que tener presente,
que los padres, como todos, se equivocan.

Quintín Cabrera


Quizás coincidió con que mis hijos saben ahora, definitivamente, que los Reyes son los padres. Quizás con que ayer por la mañana estaba yo pensando en lo difícil de ser padre, en lo difícil de ser hijo.

Andaba por Nómadas y me encontré con esta maravilla de Quintín Cabrera, a quien no conocía hasta hoy. Es uruguayo e hizo la mayor parte de su carrera en España. Lamento muchísimo no haberlo conocido antes. Me alegro de haberlo encontrado, aunque hasta ahora sólo pueda leerlo.

Si alguien sabe donde encontrar algo de su música...ya saben, no se guarden el dato.

sábado, enero 13, 2007

Perfil



Ella, cachetes abundantes y patas gordas, mira las sombras de la reja sobre el piso soleado.
El piso es de algo parecido a la madera (dirán, los que se acuerden, que piso era). Hay una alfombra y dos almohadones redondos tejidos. Me gusta.
Pensativa, ella sostiene su libro de los 100 cuentos. Me encantan esos dedos.
La ropa le queda un poco chica, estaba creciendo, pero todavía no lo suficiente para ocupar su cabeza en más de una cosa a la vez.
Y esta vez eran, indiscutiblemente, las sombras de la reja en el piso. Y quizás la sensación de calor sobre los piecitos también gordos.
Cuando pueda contaré por qué más me gusta tanto esta foto.

lunes, enero 08, 2007

Año nuevo



Sepan ustedes que el silencio no es tiempo perdido sólo si significa una espera ardiente. Que después de una noche lluviosa, aun en la incertidumbre pueden surgir certezas. Que es mejor soñar en paralelo y mirar en diagonal.

Los Reyes Magos habían pasado hacía dos días. El mundo había temblado bajo nuestros pies el 31 de diciembre justo a la medianoche, aunque pensamos que era el estruendo de los fuegos artificiales.

Sepan ustedes que el amor está hecho de cosas sutiles, ingrávidas, impalpables, fugaces. Si no está fabricado de esa sustancia, tal vez no sea lo que parece.

Por la tarde, a la hora en que la siesta de verano comienza a terminar, el eco de un sentimiento alumbró desde un tiempo distante. Se escapó desde el universo alternativo donde habitaba, inerte, y se decidió a vivir de verdad.

Créanlo. Puede pasarles cualquier día. A condición de que sea domingo de enero y que la lluvia esté cerca. Sólo y tan sólo si la mente, el corazón y el alma (aunque no exista) funcionan al unísono.