martes, julio 31, 2007

Construcción

El pasillo tiene paredes blancas y la pintura se resquebraja y cae. Por encima de esos muros asoman ramas y hojas de alguna de esas plantas que trepan e invaden, y que tanto me gustan.
El pasillo no va a cambiar, quedará como el primer día, hospitalario y austero, felíz con los sueños que flotan y se enganchan de las trepadoras, pendiendo como gotas de lluvia o de rocío.
Casi temo entrar. Hay una mezcla de ganas y de miedo, pero no, no desecharía la posibilidad de traspasar ese umbral cálido. Allí, del otro lado, late un espacio pequeño que contendrá una historia compartida.
De las paredes claras cuelgan objetos que durante meses fueron custodiados celosamente: mariposas de cristal, anotadores para recordar tareas conjuntas, una caja de madera oscura y puerta de vidrio que guarda hojas de té de mil sabores, que aromarán mil tazas humeantes.
Poco más hay, y es que no hace falta: un sillón que se ajusta limitado al amigable ambiente, libros, estantes, libros, estantes, libros, discos, recuerdos que ya tenemos (¿viste que no fue en vano rescatar esas maderas?).
Yo digo que es a la derecha donde se abre ese otro espacio, tal vez aun más pequeño, que parece arrancado de lo inexistente, porque hacía falta sí o sí el lugar para las dos mesitas cuadradas, colocadas como dos casilleros de ajedrez listos para que avance el alfil. Las dos pantallas y su luz que cansa, más libros, papeles, manuscritos, lápices, dibujos infantiles, algunas fotos, más recuerdos, música que desde allí inundará día a día otros espacios. Sitio de trabajo y refugio. No es mala conjunción, después de todo.

El silencio. Uno como el que me rodea ahora. La paz, la calma. Allí no hay sobresaltos en el alma, allí hay días con sus blancos, sus negros y sus grises, pero hay sosiego. Siempre que sepamos construirlo.

Cuando parezca que las miradas atravesaron los rincones más oscuros, cuando a veces, en esos días, parezca que lo infinito se escapa, huiremos a la cocina, al olor a café y al rayo de sol que entibia la mesa oscura. Basta esa mesa, unas sillas, y el sol. Basta una mañana. Alcanzan, alcanzarán siempre, las horas de la tarde, unos mates y el silencio.
No sé cuantas habitaciones tiene la casa. No sé más de ella que lo que aquí cuento.
Sólo que el patio tiene un desnivel. Y lo sé porque una noche, mucho antes de habitarla, estuve en ese patio. Había luna. Entonces lo ví todo claro.