sábado, diciembre 22, 2007

El mundo se ha hecho más pequeño

El muchacho recorría aldeas y pueblos con su padre, vendiendo mercaderías. Sabía de dormir en los establos de las posadas, junto al caballo. El mundo era inmenso y su paisaje inmediato tal vez demasiado pequeño.

Había nacido en 1902 en Alcora, un pueblito de la provincia de Castellón de la Plana. Era uno de cinco hijos de un matrimonio humilde. Alcora - España

Su hijo mayor nunca supo bien la razón por la que su padre llegó a Argentina. Creía que había venido a América para salvarse de la “mili”, pero con los años encontró entre sus pasaportes papeles con anotaciones militares. Quizás su aldea le quedó chica, quizás decidió atravesar medio mundo buscando un futuro. El viaje no era corto, nada por entonces era instantáneo, pocas cosas eran, como hoy, fugaces.

En Argentina tenía un tío dueño de un bazar (hoy en el lugar hay una librería). Con 23 años el joven inmigrante llegó a la ciudad de La Plata, a hacer primero de vendedor y después de encargado en el negocio, y allí se casó y tuvo hijos. En 1934 volvió a España en barco a ver a su familia, y al poco tiempo de su vuelta supo de la muerte de su padre, a quien habían matado los “rojos” en la Guerra Civil. En 1950 volvió a viajar a España, ya en avión, por última vez.

La nieta conoció un hombre ya anciano, siempre sentado, de pocas palabras, que sonreía a veces. El no contó su historia, tal vez ya no era tiempo, tal vez sus nietos eran demasiado pequeños y él estaba ya muy cansado.

Lo he imaginado desde que mi mente accedió a esa imagen de vendedor ambulante, recorriendo pueblos, y desde que, vía Internet, he podido ver fotos de su pueblo.

España siempre fue un territorio de fantasías. Quizás por ser nieta de un inmigrante, pero eso no lo sé con certeza. Hay algo allí, siempre hubo algo: una historia, unos lugares, unas voces, incluso unos olores que imagino y me atraen.

Sin embargo España no dejó de ser un ensueño borroso hasta que pude hacer contacto con personas. Discusiones, conversaciones, acuerdos y desacuerdos de un lado al otro del océano en segundos, muchas veces en simultáneo. Muchas veces hubo calidez y sorprendentes coincidencias, de esas que no se encuentran a diario en el entorno cercano.

Ella, desde España, me ha dicho hace unos días que pensó en mí mientras escuchaba unas zambas y chacareras en un recital. Y otra vez el territorio de la fantasía se volvió el espacio donde vive una persona. Ha sentido como propio, ha compartido algo que de alguna forma es mío, y el mundo ha estrechado kilómetros, los mismos que recorrió aquel barco en el que llegó mi abuelo, pero esta vez en segundos.

Donde quiera que esté el último día de este año levantaré una copa, como indica el ritual. Tal vez no esté celebrando, quizás no haya euforia en ese gesto. Recordaré, sumaré y restaré en el balance de los arbitrarios doce meses del año, pensaré otro tanto en el futuro, desearé con fuerza que es la única forma de desear, y brindaré también por aquellos encuentros, en los que no hay miradas ni abrazos apretados, pero sí intercambios sinceros de sentimientos y pensamientos. Por algunos motivos que aun no comprendo, y por otros que sí entiendo, y también porque alguien piensa en mí al oír una melodía, hay un pedacito de mí en aquel continente, y hay un territorio que también me pertenece.

Efectivamente, el mundo se ha hecho más pequeño.