En mi casilla de correo electrónico, anónimo, estaba este poema:
Te regalo
una muerte.
Morí tantas
Que puedo regalar alguna.
Morí de amor,
morí de niño solo.
Morí de adolescente,
muchas veces
-en eso todos somos reincidentes-
Morí de adioses,
morí de atardeceres.
De silencio
en el clamor,
de frío
en febrero.
Ya me quedan
pocas muertes.
Ya dejaré de morir
tan vanamente.
Poeta anónimo Roberto Robiola, vía Agencia Rodolfo Walsh