lunes, agosto 28, 2006

Viaje

La tarde era casi primaveral, a contramano de lo que debe ser el riguroso agosto. Sol brillante, cielo celeste, cerca de las dos de la tarde, una tibieza inusual.
Me subí al colectivo. Iba escuchando a Enya (Once you had gold) y tratando de ordenar los problemas en mi cabeza. Pensaba en que punto de su vida las personas se vuelven egoístas (cual habrá sido el punto en que me sucedió a mí, no sé si eso lo pensé), pensaba en como disfrazar la realidad para mis hijos, como convencerlos todavía (ya tendrán tiempo para reparar en la verdad) de que nadie quiere dañarlos, de que las personas que caminan por la calle, las que conocen y las que no, sólo portan buenas intenciones. Pensaba en mí misma al punto de considerar la posibilidad de abandonar alguna buena parte de comodidad en aras de otra porción de tranquilidad, en renunciar a un trabajo, en encerrarme en mí misma.

Ibamos por la ruta y ví que dos mujeres se bajaban sobre la banquina de tierra. Siempre me causó cierto desasosiego la gente que baja del transporte en medio de la nada. Es una sensación de desamparo, de que nadie los espera, o tal vez de que les queda un largo camino hasta quien sabe donde. Como si no estuvieran llegando a destino sino más bien empezando otra ruta.
En el primer asiento iba sentado un hombre de mediana edad. Perdida en mis pensamientos miré la mitad de su cuerpo que sobresalía de la butaca. Los pantalones le quedaban cortos y la camisa demasiado apretada. Seguramente incómoda. En ese segundo plano de pensamientos que la mente suele otorgar a lo poco trascendente, pensé que vendría del trabajo, que estaría cansado, que tal vez bajaría también en la ruta, que lo esperaría una familia quizas, hijos o mujer y un montón de reclamos. Problemas, pensé, seguro los tiene.
Inmersa en mi egoísmo, me sentí de alguna forma aliviada. La ropa que llevo me queda cómoda, tengo un reproductor de mp3 en la cartera que me permite aislarme de los ruidos y de las conversaciones tristes y monótonas del resto. El viento me da en la cara, y no tengo que bajarme en la ruta, apenas un poco más allá, pero en una calle de asfalto.

Mientras en segundo o quizás tercer plano mi mente se estrechaba en ese estúpido razonamiento, el tipo se levantó. Sacó no sé de donde una muleta y le pidió al chofer que parara el vehículo. Efectivamente, bajaba en medio de la ruta. Como pudo se acomodó frente a la escalerilla. Le faltaba una pierna. El primero, el segundo y el tercer plano de mi mente se concentraron en un solo: lo vi allí, arreglándoselas como podía para bajar del micro, con su muleta, su única pierna, su pantalón corto y su camisa apretada, y sus seguros problemas.
No sé por qué pensé en los desfiles de modelos, en hombres jóvenes con ropas perfectamente adecuadas a sus supuestamente perfectos cuerpos, no sé por qué pensé en las vidrieras de shoppings y en propagandas de televisión, esas imágenes de gente que vive vidas ideales en cuerpos ideales. La mentira, la irrealidad. La verdad, supe con certeza, está en este tipo que en este preciso instante está bajando del colectivo.

Pocos metros más adelante llegamos a un acceso, el micro giró y bajé sobre la calle asfaltada. El sol calentaba un poco más que hacía un rato, cuando había subido, y me esperaba a mi también una larga caminata. Puse el mp3 a todo volumen y empecé a andar. Con la música protegiéndome del entorno, el viento en la cara y la tibieza del sol en mi piel, volví a mis problemas personales. Y mi ser se sumergió nuevamente en el egoísmo.

domingo, agosto 20, 2006

20 de agosto



El futuro crece. Avanza hacia el presente
Entra con el viento, sin pedir permiso
El futuro está en las palabras que se escriben
en papel, o en pantallas
Se agita, se aquieta, resplandece, se oculta
Una luz alumbra el sendero.
No encandila
El amarillo resalta. No hay más colores
No hacen falta
Todo lo que se ve por la ventana
son sonrisas
Así, como un cuaderno recién comprado
y el olor a hojas nuevas.
Cielo celeste, jazmines, diagonales
Arenas infinitas. Descanso
El futuro. Allí. Esperándonos

jueves, agosto 10, 2006

Credo

Decís que no creés
ni en dios, ni en los ángeles,
ni en la homeopatía,
Ni en la astrología,
ni en el agua bendita,
ni en el psicoanálisis.
Mucho menos,
en el posmodernismo
en la vida después de la muerte,
o en la new age.
Está bien,
yo tampoco creo
en esas cosas.
Pero sí quiero creer
en pequeños sucesos
que nos cambian:
en los guiños
en los deseos que se piden
al soplar las velas.
En las sonrisas,
en las coincidencias
en esperar deseando
con fuerza,
mucha fuerza
que amanezca con sol
que las nubes
se abran
que el futuro llegue
Y sobre todo,
que creas,
que en eso creas.
Nada más.

domingo, agosto 06, 2006

Ellas


Mi mamá y mi hija, vistas por esta última.
¿No son lindas?

sábado, agosto 05, 2006

Satisfacciones

La primera mirada por la ventana al despertarse
el viejo libro vuelto a encontrar
los rostros entusiasmados
nieve, el cambio de las estaciones
el periódico, un perro, la dialéctica
bañarse, nadar, música antigua
zapatos cómodos, comprender, música nueva
Escribir, plantar, viajar, cantar y ser amable.

Bertolt Brecht

martes, julio 11, 2006

Lista de deseos inmateriales

Cosas que quiero hacer


Caminar sin apuros en una noche de verano (ahora es invierno, y parece que va a durar la mismísima eternidad).
Terminar la carrera que estoy cursando (queda muy poco pero se está tornando una misión imposible).
Enseñar a leer y escribir a quienes hayan pensado alguna vez que nunca podrían hacerlo.
Enseñarles a mis hijos a ser libres, y que después con esa armadura puedan enfrentar al miedo, la tristeza, la desesperanza y a la propia alegría.
Dormirme sin pensar en mañana.
Hacer una fiesta de (mi) cumpleaños.
Pasear con Clau bajo los ginkgos del bosque de La Plata.
Volver a ver a Julieta.
Volver a leer un libro sin pensar en ninguna otra cosa, con la capacidad de desaparecer del mundo.

No es un orden de prioridades, ni son los únicos, pero basta para empezar...

miércoles, junio 21, 2006

Invierno

De muy chica aprendí que la mejor forma de vencer a un miedo es enfrentándolo. Una calle oscura, entrar a una casa grande y solitaria, una situación nueva...
El miedo me recorrió en muchísimas oportunidades durante el transcurso de mi vida. Siempre fui conciente de él, muchas veces me temblaron las piernas y el corazón latió con fuerza. Las manos se agitaron, la voz se quebró...Pero siempre, finalmente, lo enfrenté. Y no digo que le haya ganado todas las batallas. Algunas las perdí y en otras la partida terminó en tablas. Al miedo quizas nunca se le gane porque siempre aparece en formas diversas y nuevas, pero yo diría que uno lo va acorralando, confinando a un rincón donde no pueda tener demasiada libertad de acción.

Uno de los miedos que tuve desde niña es el miedo al fuego. Irracional como todo miedo, tampoco es ninguna rareza: el fuego quema, daña, destruye. ¿Qué puede haber de extraño en temerle?.
Tampoco debe resultar curioso entonces que a través de los años haya podido desterrar ese miedo hacia uno de esos rincones desde donde ya no puede molestar.
Tal vez esa batalla empezó cuando me mudé a una casa con un precioso hogar a leña, que al principio ignoré anunciando que jamás sería encendido. No fui yo la que lo hice por primera vez, claro, tampoco por segunda ni por tercera. Las primeras noches me opuse a que quedara encendido, y luego acepté, pero por mucho tiempo dormí con un ojo puesto en el ángulo izquierdo del living, de donde venía hacia mi habitación el temido resplandor, y las chispas.

Las cosas cambiaron. Hoy el encendido de ese fuego y su cuidado son de mi responsabilidad absoluta. Y al contrario de lo que pensé, me gusta hacerlo. Tanto que en estos días fríos, preludio del invierno que comienza hoy en el hemisferio en que vivo, no puedo concebir el estar dentro de la casa sin mantener viva esa pequeña fogata casera. Más aún, duermo mucho mejor cuando lo hago cerca de ese calor, sanador y amigable.
Quien tenga o haya tenido en su casa un hogar sabrá de que hablo: no hay un calor parecido. Y nada es tan placentero como alimentarlo, aunque deje llagas en las manos y las rodillas sucias de ceniza.

jueves, mayo 25, 2006

El intento

...Pero tú, que has ascendido con resolución, te encuentras ahora en la posada conocida como “generación”. Allí tienes tres puertas: una se llama “Caída”, otra “Intento” y la tercera “Degradación”. La Caída te lleva directamente a las profundidades y solo un accidente externo podría empujarte hacia ella. Es difícil que elijas esa puerta. Mientras que aquella de la Degradación te lleva indirectamente a los abismos, desandando caminos, en una suerte de espiral turbulenta en la que reconsideras de continuo todo lo perdido y todo lo sacrificado en el altar de un dios ignoto; este examen de conciencia que lleva a la Degradación es, por cierto, un falso examen en el que subestimas y desproporcionas algunas cosas que comparas. Tú cotejas el esfuerzo del ascenso con aquellos “beneficios” que has abandonado. Pero, si miras las cosas más de cerca, verás que no has abandonado nada por este motivo sino por otros. La Degradación comienza pues falseando los motivos que, al parecer, fueron ajenos al ascenso. Yo pregunto ahora: ¿Qué traiciona a la mente? ¿Acaso los falsos motivos de un entusiasmo inicial? ¿Acaso la dificultad de la empresa? ¿Acaso el falso recuerdo de sacrificios que no existieron, o que fueron impulsados por otros motivos? Yo te digo y te pregunto ahora: tu casa se incendió hace tiempo. Por ello decidiste el ascenso, ¿o ahora piensas que por ascender aquella se incendió? ¿Acaso has mirado un poco lo que sucedió a otras casas de los alrededores?... No cabe duda de que debes elegir la puerta media.

(De "Humanizar la tierra", Cap. XIX "Los estados internos", Silo, 1989)

jueves, mayo 18, 2006

Necesito

(Sui Generis. Charly García)

Necesito alguien que me emparche un poco
y que limpie mi cabeza,
que cocine guisos de madre,
postres de abuela y torres de caramelo


Que ponga tachuelas en mis zapatos
para que me acuerde que voy caminando,
y que cuelgue mi mente de una soga,
hasta que se seque de problemas y me lleve...

Y que esté en mi cama viernes y domingos
para estar en su alma todos los demás días de mi vida.
Y que me quiera cuando estoy, cuando me voy cuando me fui,
y que sepa servir el té, besarme después y echar a reir.

Y que conozca las palabras que jamás le voy a decir
y que no le importe mi ropa, si total me voy a desvestir
para amarla, para amarla.

Necesito alguien que me emparche un poco
y que limpie mi cabeza,
que cocine guisos de madre,
postres de abuela y torres de caramelo.

Si conocen alguien así
yo se los pido,
que me avisen porque es así
totalmente quien necesito.


Powered by Castpost

Me acordé, creo. ¿Era ésta, Nico?
Si no era, y tuviera esa pared delante, sin dudas hoy escribiría ésta.

domingo, mayo 14, 2006

Otro domingo

El genial Casciari escribe hoy que hace seis años también era domingo, y me hizo pensar en esos momentos en que la vida da un vuelco. Quien sabe si es un golpe de timón que da uno mismo, o es el destino, ese que no sabemos si existe pero está, el que nos cruza de camino y ya está, vamos para otro lado.
El 8 de enero de este año también fue domingo. Yo había posteado algo en Guerra a la penumbra. Algo sobre el juicio por los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, en 2002, en el Puente Avellaneda. Un par de veces ya había pensado en tener un blog personal, de esos donde escribir las pavadas que uno siente, pero no era demasiada entonces la necesidad.
Era domingo, y en casa estaban cortando el pasto, creo. Mi papá estaba de visita y los chicos pelearían por ver a quien le tocaba la máquina y a quien el rastrillo, o algo así.
Yo estaba conectada a internet y no sé por qué, se me ocurrió bajar el Firefox. Tal vez porque, no sé...Y si, el blog se veía muy mal con ese navegador. Me puse a pensar que sí, que tal vez unos cuantos entraban y veían esos colores tan feos, y me dio pena que aunque fueran unos pocos a los que les interesara leer lo que yo escribo, no pudieran, porque de verdad que la lectura era imposible.
Hoy también es domingo. Pero entonces era enero, y hacía calor. Vos, sin embargo, también estabas frente a la máquina. Igual que yo.
En Punta Rasa los domingos son cálidos, se me ocurre, en cualquier época del año.
Otro domingo, el 19 de marzo, escribiste que es una tarde hermosa, que otra vez el sol se pone radiante y que el viento apenas mece el pino gigante.
Hoy también es domingo. Dice Casciari que hace seis años, un domingo, su vida eran unas vacaciones. Que era un fin de semana cualquiera. Que lo que le pasó “pudo no haber pasado nunca, como todas las cosas de este mundo”.
Quizás yo también estaba de vacaciones. Era 8 de enero y estaba de vacaciones. Unas vacaciones lánguidas y aburridas, una seguridad que a veces me costaba cara, pero en la que todo funcionaba. El giro del timón (poco me importa ya saber quien lo maneja), estaba a la vuelta de la esquina.
Pudo no haber pasado. Pero pasó, hoy también es domingo, y hay sol. Tengo poco ánimo, es verdad. No sé bien por cual de los caminitos que se abren ante mí tengo que seguir, porque todos están poco iluminados. Debe ser que es la oscura noche, como dice Silo, en la que hay que esperar en paz hasta que amanezca. No sé.
Sé muy poco. Que estoy aquí, que es domingo. Que el futuro es incierto. Que tengo un poco de miedo. Que tengo alguna que otra certeza. Y millones de dudas. Pero estoy aquí, y escribo. No es mucho. Pero no es poco, creo.

miércoles, mayo 03, 2006

Haiku

El desgarro cruel
con la pérdida llega.
No dura siempre.

De Nómadas. Por allí voy últimamente, a leer haikus, que tanto me gustan...

martes, abril 25, 2006

Risas

Los momentos de soledad son necesarios como el aire. Cuando faltan, llega la asfixia y la desesperación.
¿Quién puede vivir sin estar solo, al menos unos minutos por día, y quien no añora esos minutos cuando pasan días y días sin encontrarlos?
La soledad, perfecta inconforme, viene también a veces con desmesura. Quien se queda solo permanentemente se hunde, se pierde, y tampoco respira.
El equilibrio parece difícil de encontrar. De tanto en tanto, alguien lo logra. Con frecuencia, también, la balanza se inclina demasiado hacia un lado u otro, y el oxígeno se hace escaso.
Será que la vida está hecha de elementos tan diversos como complicados de combinar: el trabajo como satisfacción y no como exigencia, el descanso que no llegue siempre tarde, las caminatas bajo el sol, las largas charlas con quienes queremos, la tristeza, la esquiva alegría, la excitación, la esperanza, el desespero, la bronca, el deseo, los sueños, los planes, las lágrimas, la sensación de libertad, el saberse querido.
Pero entre todas esas cosas las risas de los niños merecen que nos detengamos un instante. Oídas a veces desde lejos, otras con indiferencia, otras disfrutadas, no pocas veces son capaces de provocar una lágrima de felicidad.
En momentos en que el fiel de la balanza, como casi siempre no encuentra su punto de reposo, las risas de los niños son un remanso, un instante en que el tiempo se detiene y la vida nos acaricia.
Y créanme, esas risas percibidas con atención, las risas de los niños que a través de ellas encuentran mejor que nosotros el equilibrio, esas risas curan. Sólo hay que saber escuchar. Hagan la prueba.

lunes, abril 03, 2006

Soy mi cuerpo

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste, está cansado. Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen.

Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían.

Quiero dejar de pisar con los pies desnudos el frío. Échenme encima todo lo que tenga calor, las sábanas, las mantas, algunos papeles y recuerdos, y cierren todas las puertas para que no se vaya mi soledad.
Quiero dormir un mes, un año, dormirme. Y si hablo dormido no me hagan caso, si digo algún nombre, si me quejo. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado, y que ustedes no pueden hacer nada hasta el día de la resurrección.
Ahora quiero dormir un año, nada más dormir.

Jaime Sabines

domingo, marzo 19, 2006

Paciencia

miércoles, marzo 15, 2006

Tiempo y distancia

'Ojalá el mundo existiera sólo en esta habitación', se decían mientras el tiempo pasaba. Y ellos, que aún pensaban en botones de pause, en paréntesis para el olvido, en miradas y en miradas, se dieron cuenta por un momento que mañana iba a ser mañana, que el sol molesta en las despedidas, que la vida sabe a distancia".
Escandar Algeet


Lo leí en Pájaros Mojados. Y me perdí un buen rato por allí. Y lo disfruté. Que no es poca cosa.

martes, marzo 14, 2006

Diagonales

Tilos y eucaliptos golpean el techo del micro. La ciudad de las diagonales me recibe con un amanecer cálido.

Siempre me resulta extraño y a la vez familiar estar allí.
Pero esta última vez, en esas tardes de febrero confirmo, al menos, dos cosas.
La primera, que soy en gran parte de allí, quizás porque la ciudad me vio nacer, quizás porque la siento cargada de futuro.
La segunda, que me encanta caminar sola.

Esto ya lo había descubierto hace tiempo, de adolescente. Entonces era andar de noche por calles desiertas, con la brisa golpeando en mi cara. Si eran noches de verano, mucho mejor.
Ahora prefiero las tardes. El sol, las veredas derruídas, y las intensas arboledas de La Plata me sustraen de la realidad durante horas. En realidad no estoy buscando nada. Me detengo en lugares y momentos que algo significaron alguna vez. Pero, sobre todo, estoy construyendo. Porque caminar por una ciudad deliciosa como ésta en una tarde de febrero, invita a imaginar.

Por ahora, y mientras puedo, evito las diagonales. A menos que el recorrido sea con indicaciones precisas. Me dicen que cuando uno vive allí, éstas se tornan tan necesarias como el aire, y se circula por ellas casi sin notarlo, llegando a destino en menos tiempo, y con menos cansancio. Sin embargo hay otros pobladores que aun desconfían de ellas, y aseguran que el crecimiento de la ciudad trastocó los puntos de referencia tanto, que a veces inducen a perderse.
A Pedro Benoit seguramente no le importó cuando imaginó el trazado perfectamente geométrico de la ciudad, que habría quienes la recorrerían con total desapego a las arterias oblicuas, que ayudan a achicar las distancias.

Pero alguna especial magia hay en las diagonales. Hay miradas en diagonal que, aunque no derritan el hielo, atraviesan cristales. Líneas diagonales cruzan a veces imaginarios cuartos poblados de libros, música y voces de niños. A uno y otro lado de la recta, los ojos tristes de hoy se trocan en sonrisas, y la distancia desaparece.
Sin dudas vale la pena atreverse, aunque cueste vencer las dudas y los temores, a transitar diagonales.

lunes, marzo 13, 2006

Sabina, y no más

este adiós no maquilla un hasta luego
este nunca no esconde un ojalá
estas cenizas no juegan con fuego
este ciego no mira para atrás
este notario firma lo que escribe
esta letra no la protestaré
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas son las de después

jueves, marzo 09, 2006

Sueños


Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia.
Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta.


El afiche estaba pegado en mi habitación, en la casa donde viví de niña y después adolescente. Resulta increíble que él, mi hermano menor, recuerde esas paredes mejor que yo.
Una canción de Sui Generis –dijo- y el cartel de Sueño de una Noche de Verano”.
Sí, las paredes estaban escritas de piso a techo, y de rincón a rincón. Esa pieza era el refugio de los sueños.
Quien sabe cuantas noches de verano me habré desvelado pensando en el futuro.
La cama con la cabecera rosada, y el acolchado con agujeritos. La mesa de luz que habían mandado a hacer para mí, el ropero pequeño de puertas blancas (y fotos de gatos pegadas del lado de adentro de las puertas, porque esos animales me gustaron siempre). Más allá, un canasto con tesoros. Al otro lado, un escritorio blanco plegable, y sobre él, en la pared, un fragmento del poema de Nazim Hikmet. El afiche con las firmas de mis compañeros de escuela secundaria. La alfombra color arena, gastada en noches de charla hasta el amanecer con Julieta (¿dónde estás, Juli?)
La ventana con las rejas que hizo mi abuelo, la enredadera. El cielo afuera. El porvenir, todo para mí.
Lloré cuando mi madre vendió la casa. La casa de mis mejores años. Fue entonces cuando me despedí de esas pequeñas cosas.
Cuando uno es tan joven no reconoce esas primeras encrucijadas de la vida. Avanza, emprende un camino u otro, y recién entonces mira para atrás. ¿Para qué pensar tanto?
¿Sabe uno acaso que vendrán otras noches de verano, mucho tiempo después, en las que revisará lo vivido?
No, uno no sabe. Avanza a ciegas. Y desconoce también que el rincón de los sueños, despojado de su refugio físico, sigue latente en algún recodo escondido del corazón.
Antes de mí, de quien soy hoy, de quien seré mañana. Aun antes de que naciera, el espacio de los sueños estaba allí. Y allí está hoy.
O quizás, aquí está hoy.