martes, abril 25, 2006

Risas

Los momentos de soledad son necesarios como el aire. Cuando faltan, llega la asfixia y la desesperación.
¿Quién puede vivir sin estar solo, al menos unos minutos por día, y quien no añora esos minutos cuando pasan días y días sin encontrarlos?
La soledad, perfecta inconforme, viene también a veces con desmesura. Quien se queda solo permanentemente se hunde, se pierde, y tampoco respira.
El equilibrio parece difícil de encontrar. De tanto en tanto, alguien lo logra. Con frecuencia, también, la balanza se inclina demasiado hacia un lado u otro, y el oxígeno se hace escaso.
Será que la vida está hecha de elementos tan diversos como complicados de combinar: el trabajo como satisfacción y no como exigencia, el descanso que no llegue siempre tarde, las caminatas bajo el sol, las largas charlas con quienes queremos, la tristeza, la esquiva alegría, la excitación, la esperanza, el desespero, la bronca, el deseo, los sueños, los planes, las lágrimas, la sensación de libertad, el saberse querido.
Pero entre todas esas cosas las risas de los niños merecen que nos detengamos un instante. Oídas a veces desde lejos, otras con indiferencia, otras disfrutadas, no pocas veces son capaces de provocar una lágrima de felicidad.
En momentos en que el fiel de la balanza, como casi siempre no encuentra su punto de reposo, las risas de los niños son un remanso, un instante en que el tiempo se detiene y la vida nos acaricia.
Y créanme, esas risas percibidas con atención, las risas de los niños que a través de ellas encuentran mejor que nosotros el equilibrio, esas risas curan. Sólo hay que saber escuchar. Hagan la prueba.

lunes, abril 03, 2006

Soy mi cuerpo

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste, está cansado. Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen.

Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían.

Quiero dejar de pisar con los pies desnudos el frío. Échenme encima todo lo que tenga calor, las sábanas, las mantas, algunos papeles y recuerdos, y cierren todas las puertas para que no se vaya mi soledad.
Quiero dormir un mes, un año, dormirme. Y si hablo dormido no me hagan caso, si digo algún nombre, si me quejo. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado, y que ustedes no pueden hacer nada hasta el día de la resurrección.
Ahora quiero dormir un año, nada más dormir.

Jaime Sabines