viernes, noviembre 24, 2006

Tiempo y espacio



Si pudiera guardar la felicidad de este momento en un frasquito, y después aspirarla cuando me siento mal, como si fuera una droga...

lunes, noviembre 13, 2006

Ese lugar

Allá donde se esconden los recuerdos que durante mucho tiempo dejé dormir están las claves para entender unas pocas cosas.
Allá, en ese territorio, hay un tablero de ajedrez mínimo con un partida a medio jugar sobre un escritorio amplio, ahí mismo donde está la fuente inagotable de papeles amarillentos para dibujar de un solo lado, y las libretas de colores con la marca de algun corralón de elementos para la construcción.
Cuesta volver. Sin embargo allá están los patines con rueditas naranjas. Las calles cálidas y la amistad, y las risas. ¡Ay!, dudo en volver porque temo descubrir que es cierto que sólo allí vive la amistad.
Allá, muy lejos, en los confines de esa comarca, hay un campito con arbolitos de mora, cuyo sabor casi no recuerdo, aunque sí su color sobre el blanco del guardapolvo. Por allí hay también unos muebles amarillos, una casa pequeña, un sillón de mimbre, y un llavero con una gran esfera pesada que servía para jugar al “tiburón”. Pero eso está en un lugar muy remoto, y llegar hasta allí cuesta demasiado.
Allá, en esas tierras, hay una colección de libros con tapas rojas. Y está mi hermano mayor, una mañana, leyendo la contratapa de uno de ellos, mientras yo entreduermo en mi cama con cabecera rosada. Después de todo no está tan lejos...
Allí, en esos lugares, hay decenas de cuadernos escritos con letra prolija y subrayados con colores, y hay una cierta soledad que nace de algunas preguntas que no se pueden responder, ni siquiera entre pares.
Allí, en esos parajes, hay paquetitos donde vienen nueve Sugus del mismo color (no estoy segura si son nueve, pero me gusta el número), bloquecitos Suchard rojos de chocolate y cereal, y frutillitas de gelatina con azúcar en una bolsita de papel, que solamente (que nadie me discuta) las venden en la Capital, y que son exquisitas porque además vienen adentro de la cartera de mi mamá.
Muy, muy lejos, está el circuito KDT con los karting, y la leche Cindor en botellita de vidrio y un paquete de dos Bay Biscuits, en el bar del primer piso. Y las hamacas naranjas donde hacemos fuerza para tocar con la punta de los pies el enorme laurel. Y las planchas de figuritas con brillantina.
Allá lejos hay mañanas en las que como durante toda mi vida, me cuesta mucho levantarme. Hay eternas peleas frente al espejo con un cepillo y dos hebillitas que sólo dan marco al enriedo. Hay unas cuantas clases de danzas, y algunos bailes secretos, cuando en casa no hay nadie, con la música que suena en la imaginación. Hay también amigos impalpables y una fantasía inagotable.
Allí hay fiestas de cumpleaños y alfajorcitos de maizena, un diario íntimo con tapas brillantes y un puñado de sueños indestructibles.
Allí aprieto fuerte la mano de mamá cuando cruzo la calle. Allí batallo con papá que trata de enseñarme alguna cuenta. En ese pequeño paraje cálido y lejano, silencioso e inaccesible, está casi toda mi vida. Que otra cosa es si no la infancia.

sábado, noviembre 11, 2006

Soledad

Soledad,
aqui están mis credenciales,
vengo llamando a tu puerta
desde hace un tiempo,
creo que pasaremos juntos temporales,
propongo que tu y yo nos vayamos conociendo.

Aquí estoy,
te traigo mis cicatrices,
palabras sobre papel pentagramado,
no te fijes mucho en lo que dicen,
me encontrarás
en cada cosa que he callado.

Ya pasó
ya he dejado que se empañe
la ilusión de que vivir es indoloro.
Que raro que seas tú
quien me acompañe, soledad,
a mi, que nunca supe bien
cómo estar solo.



Jorge Drexler, 12 segundos de oscuridad, 2006