Hace varios siglos, me parece, cuando estaba lejos de conocer las computadoras y lo más parecido a un juguete electrónico era el Atari que alguna vez compartí con mis hermanos en el televisor blanco y negro, escribía las páginas de un diario de tapas duras rosa metalizado, con un candado que encerraba mis más preciosos secretos de pre adolescente.
Fue entonces cuando empecé a amar al lápiz y al papel.
Es difícil que en cualquier lugar falte un elemento para escribir y un papel cualquiera donde hacerlo. Durante años llené de frases prestadas las hojas Rivadavia de mi gastada carpeta del secundario, las tapas de la carpeta, las tapas de los libros, las paredes de mi cuarto, las de algún bar de mala muerte refugio de horas fuera de la escuela…a veces biromes y fibras iban más allá del papel.
En esos años en que creí perder a quien era yo realmente, ocupé páginas de una agenda tal vez pensada para organizar tareas laborales escribiendo alguna memoria triste, las sensaciones de un presente entre amargo y esperanzado y las ganas de un futuro que, indolente, desviaba su ruta.
En esas mismas hojas le escribí las primeras palabras a mi primer hijo antes de nacer. Y un poema a los pocos días de que sus ojitos entonces verdes vieran la luz de este mundo desigual y bello.
Las últimas cartas en papel las escribí también en aquellos días.
Los post, pienso a veces, deberían escribirse primero con lápiz y papel. Algunas veces lo he hecho pero paradójicamente este no es el caso.
Es raro haber escrito las letras más sentidas de mi vida presionando botones y mirando los caracteres aparecer –impersonales- en una pantalla. Siendo la principal tarea de mi oficio hilar palabras y frases, después de haber martillado una máquina de escribir con los dos índices durante un tiempo, era claro que llegarían las cosas a este punto.
Si hoy no tuviera computadora –si no tuviera bitácora-, seguro estaría llenando hojas de algún bloc, cuaderno, agenda o similar. No me habría olvidado de registrar ese día, cuando se terminaron las fechas que reúnen los doce meses de un año que ya no habría de repetirse con el recuerdo del anterior, distinto y agonizante.
Habría anotado el día en que aquel recién nacido se subió a un transporte público sin querer que yo lo acompañara en el trance, me saludó y lo vi irse, mientras sentía el tironcito al desprenderlo para siempre de mí, de mis cuidados primeros y de esa infancia que abandona.
No habría olvidado dedicarle unas líneas a mi pequeña, que ya usa mi ropa y mis zapatos, y que camina a mi lado, a la par, muchas veces en silencio, cada una con sus pensamientos, pero muy cerca.
Si hoy no tuviera computadora estaría tal vez recordando un encuentro fugaz en una esquina, en una plaza. Estaría tratando de reproducir con papel y lápiz una sonrisa –aquella-, sin dudas estaría escribiendo.
Si hoy no tuviera un teclado y una pantalla, si no tuviera un blog, de alguna manera, seguro, estaría escribiendo que te quiero.
4 comentarios:
~:)
es precioso, enhorabuena. Estoy con la boca abierta, recordando un cuadernito verde que tenía y perdí no sé muy bien dónde. O no quiero saberlo.
Saludos
Sebastian:
Hace días estoy tratando de adivinar tu expresión a través de ese bendito emoticón.
¿O es sólo que te estás quedando pelado? :)
Hilario:
De cuadernitos y diarios personales (y a veces de blogs) está hecha también la esencia de la vida.
No importa en absoluto que se hayan perdido.
Bienvenido por aquí.
Esteeee.... eeeeeeeeh.... la verdá, la verdá, no me acuerdo qué cazzo quise decir con esa carita.
Parece un bebé sonriente, ¿no?
Pero sí, es verdad que me estoy quedando pelado, así que pongamos que fue un fallido. :(
Publicar un comentario