Tilos y eucaliptos golpean el techo del micro. La ciudad de las diagonales me recibe con un amanecer cálido.
Siempre me resulta extraño y a la vez familiar estar allí.
Pero esta última vez, en esas tardes de febrero confirmo, al menos, dos cosas.
La primera, que soy en gran parte de allí, quizás porque la ciudad me vio nacer, quizás porque la siento cargada de futuro.
La segunda, que me encanta caminar sola.
Esto ya lo había descubierto hace tiempo, de adolescente. Entonces era andar de noche por calles desiertas, con la brisa golpeando en mi cara. Si eran noches de verano, mucho mejor.
Ahora prefiero las tardes. El sol, las veredas derruídas, y las intensas arboledas de La Plata me sustraen de la realidad durante horas. En realidad no estoy buscando nada. Me detengo en lugares y momentos que algo significaron alguna vez. Pero, sobre todo, estoy construyendo. Porque caminar por una ciudad deliciosa como ésta en una tarde de febrero, invita a imaginar.
Por ahora, y mientras puedo, evito las diagonales. A menos que el recorrido sea con indicaciones precisas. Me dicen que cuando uno vive allí, éstas se tornan tan necesarias como el aire, y se circula por ellas casi sin notarlo, llegando a destino en menos tiempo, y con menos cansancio. Sin embargo hay otros pobladores que aun desconfían de ellas, y aseguran que el crecimiento de la ciudad trastocó los puntos de referencia tanto, que a veces inducen a perderse.
A Pedro Benoit seguramente no le importó cuando imaginó el trazado perfectamente geométrico de la ciudad, que habría quienes la recorrerían con total desapego a las arterias oblicuas, que ayudan a achicar las distancias.
Pero alguna especial magia hay en las diagonales. Hay miradas en diagonal que, aunque no derritan el hielo, atraviesan cristales. Líneas diagonales cruzan a veces imaginarios cuartos poblados de libros, música y voces de niños. A uno y otro lado de la recta, los ojos tristes de hoy se trocan en sonrisas, y la distancia desaparece.
Sin dudas vale la pena atreverse, aunque cueste vencer las dudas y los temores, a transitar diagonales.
Siempre me resulta extraño y a la vez familiar estar allí.
Pero esta última vez, en esas tardes de febrero confirmo, al menos, dos cosas.
La primera, que soy en gran parte de allí, quizás porque la ciudad me vio nacer, quizás porque la siento cargada de futuro.
La segunda, que me encanta caminar sola.
Esto ya lo había descubierto hace tiempo, de adolescente. Entonces era andar de noche por calles desiertas, con la brisa golpeando en mi cara. Si eran noches de verano, mucho mejor.
Ahora prefiero las tardes. El sol, las veredas derruídas, y las intensas arboledas de La Plata me sustraen de la realidad durante horas. En realidad no estoy buscando nada. Me detengo en lugares y momentos que algo significaron alguna vez. Pero, sobre todo, estoy construyendo. Porque caminar por una ciudad deliciosa como ésta en una tarde de febrero, invita a imaginar.
Por ahora, y mientras puedo, evito las diagonales. A menos que el recorrido sea con indicaciones precisas. Me dicen que cuando uno vive allí, éstas se tornan tan necesarias como el aire, y se circula por ellas casi sin notarlo, llegando a destino en menos tiempo, y con menos cansancio. Sin embargo hay otros pobladores que aun desconfían de ellas, y aseguran que el crecimiento de la ciudad trastocó los puntos de referencia tanto, que a veces inducen a perderse.
A Pedro Benoit seguramente no le importó cuando imaginó el trazado perfectamente geométrico de la ciudad, que habría quienes la recorrerían con total desapego a las arterias oblicuas, que ayudan a achicar las distancias.
Pero alguna especial magia hay en las diagonales. Hay miradas en diagonal que, aunque no derritan el hielo, atraviesan cristales. Líneas diagonales cruzan a veces imaginarios cuartos poblados de libros, música y voces de niños. A uno y otro lado de la recta, los ojos tristes de hoy se trocan en sonrisas, y la distancia desaparece.
Sin dudas vale la pena atreverse, aunque cueste vencer las dudas y los temores, a transitar diagonales.
5 comentarios:
Nati:
muy lindo refugio, sobre todo para los que podemos atar tus recuerdos con otros; o sentir, también, esas diagonales en las que uno se puede perder, pero son imperdibles.
Así que me daré otra vuelta por aquí cualquier día de estos, aunque seguramente será como suelo hacerlo, como un anónimo que no deja comentarios…
Un abrazo,
Dani
(el hermano menor que recuerda paredes; que comparte el gusto por Sabina, Drexler y Fillio tanto como la pasión por la escritura; y que, platense por adopción, festeja que puedas caminar estas calles cada vez más seguido).
Esas otras paredes tenían ondas verdes, y color de fin de semana, pero también viven en el rincón de los recuerdos, nítidamente.
Licencia familiar:
¡cómo quiero a mis hermanos menores!.
Bueno, a mis hermanos, todos ellos. A los cinco.
Como dijo Violeta Parra…gracias a la vida.
alguien que ha caminado interminablemente esa ciudad contradictoria, ofrece una guia para pies ambiciosos: 1) la diagonal 73, de 1 a 12, que un intendente colifa ordenó NO BARRER cuando caen las hojas de los jacarandaes (ordenanza vigente); 2) los vitrales del abside de la Catedral; 3) los castaños en torno a la placita de 13 y 60 (la del tamborcito); 4) los gigantes de 7 entre 57 y 58; 5) los gingkos de la calle de entrada al Museo (entre mayo y junio); ;as ramblas de 51 entre 1 y 6, mientras nadie arregle las veredas no pode los plátanos. Si quieren mas, pidan.
Y si todo era cuestión de tomar la diagonal? Las diagonales nacen. ¿Porqué nacen? Porque las calles nacen. ¿Muere una calle? También muere. Todo muere. Menos MUNRA, todo muere. Al final todo tiene un hilo conductor. Llevo menos de 5 segundos trabajando en esto y ya se puede ver con claridad. Ahora; las diagonales son un buen pedazo. Un capítulo nada sencillo. Parecido a la gente que habla de un TERCER OJO. Me pregunto porqué la necesidad de agregar un ojo. ¿Tan difícil es hablar de lo que no se ve? Yo cuando me refiero a cosas impalpables de ninguna manera menciono un TERCER BRAZO. Qué manía! Es extraño andar torcido. Y la pura verdad es que así te lleva una diagonal. Torcido. Tuerce un camino. Abre una salida inesperada. Descomprime. Y cuando no, conduce al caos. Hay ciudades enteras diseñadas sobre el caos. Barrios. Mentes. Lo que nace. Eso es. Todo lo que nace muere. Ahí está. Tal vez MUNRA hubiera deseado no haber nacido. Rara vez he visto casas feas sobre una diagonal. Por lo general las casitas de una diagonal tienen eso que las convierte en algo. Es cómo el rápido. O llegas antes. O te pasaste y te fuiste a la mierda. Es una elección. Son gustos. Las esquinas de 90 también tienen lo suyo, ojo. Otra vez un OJO. Esta vez no tengo ni puta idea de cómo es el asunto. Creo que morir es una sensación. Es no ver la diagonal. Eso es la muerte. Cuando no la vez. Y no es cuestión de ojos. Esto va para esa gente. La que dice que el que no ve es porque no quiere. Como querer morir.
Y la pura verdad es que así te lleva una diagonal. Torcido. Tuerce un camino. Abre una salida inesperada. Descomprime. Y cuando no, conduce al caos
Que sí, que así es. Que es cuestión de tomar la diagonal. Ahora lo veo mejor que entonces.
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